“No tengo papeles.”
Liliana Luna miró la oportunidad de ir a la universidad desvanecerse. El consejero de la preparatoria repentinamente abrió su cajón y guardó las aplicaciones para la universidad. “ No entiendo,” él dijo, “No tienes papeles?”
Ella solo tenía dos opciones, él dijo: Regrésate a México y vuelve a entrar a los Estados Unidos con una visa de estudiante, o trabaja en un restaurante mexicano en el área.
Ese no era el futuro que sus padres le habían inculcado, pero ella pensó que, un hombre blanco como su consejero, debería de saber más que ella. Después de graduarse de la preparatoria, Liliana empezó a trabajar tomando ordenes de comida y haciendo salsas.
Sin embargo, su intuición la llevó a entender que esa situación no era la correcta para ella, y cambió de rumbos. Eventualmente, ella se convirtió en una defensora de los derechos de personas inmigrantes y sin papeles. Luna, quien ahora es la coordinadora del Centro de Recursos Multiculturales en PCC Rock Creek, terapista/consejera de matrimonios y familias, y activista, nació en la Ciudad de México en 1990.
Ella describe vivir constantemente dos roles: asistir y empoderar a la gente, siempre empezando por sus hermanos.
Durante la infancia, Luna emigró frecuentemente. Fue por esos cambios que ella creció lejos de su familia extendida, y vivió solo con sus papás y sus dos hermanos. El crecer en una familia chica, que según Liliana, no es una caracteristica tipica de las familias mexicanas, hizo a la familia de cinco ser más fuerte y cercana. Cuando ella tenía nueve años, su padre, un conductor de microbuses, en busca de trabajo, emigró hacia la región oeste, Michoacán. Luna recuerda que la tristeza la llevó a estar enferma por un mes. Poco tiempo después la familia se reencontró en ese estado, siendo ese el primero de muchos cambios en sus vidas.
De Michoacán, ella recuerda pasar tiempo en el campo junto a árboles de mangos, plátanos, y papayas, una casa que su papá construyó de hojas de lámina, y cuidar a sus hermanos cuando su mamá empezó su trabajo de limpieza.
Después de vivir por cuatro años ahí, la familia emigró por razones de trabajo, hacia la ciudad de Nuevo Laredo, la frontera con Laredo, Texas, dividido por el Río Grande en los Estados Unidos.
“En Nuevo Laredo, aprendí que mi mundo no era color de rosa,” Luna reflecciona. “Los carteles de la droga controlan la ciudad.”
Un día, uno de sus hermanos se peleó con un niño del vecindario. Luna no le puso mucho atención, pensando que solo era una pelea de niños, pero lo que no sabían es que el niño con el que su hermano peleó, era familiar de un narcotraficante. Pronto, su familia recibió amenazas creíbles. Con miedo de dejar su casa, su mamá decidió no ir a trabajar. Ese ambiente de violencia no era la experiencia a la que Luna estaba acostumbrada en México, ella explica.
Al mismo tiempo, el papá de Luna ya tenía un año de trabajar como personal de mantenimiento en un complejo de apartamentos en Hillsboro, Oregon. Tan pronto como se enteró de la situación, decidió que su familia tendría que ser reunida.
Luna ya había frecuentado Estados Unidos con su visa de turista — era normal que, por ejemplo, cruzaran a los Estados Unidos el fin de semana para comprar sus alimentos — y ella no estaba impresionada.
“Una cosa que sabía — por seguro — era que yo no quería venir a Los Estados Unidos. Por la cultura y el racismo,” Luna recuerda. “Para mí, el peor castigo era emigrar a los Estados Unidos.”
Ella miraba a la cultura estadounidense como egoísta, y ella ya presentía no ser aceptada. Luna no quería emigrar otra vez, y esta vez a un lugar donde ella no hablaba el nuevo lenguaje.
Sin más, a los 15 años ella abordó un avión con solo una mochila en brazo, llegando a Portland, Oregón el 19 de Diciembre del 2005.
Un familiar acompañado de los patrones de su padre, que ahora son amigos de la familia, fueron los que los recibieron, bajo una noche lluviosa y helada.
En el invierno del 2006, Luna empezó a ir a la preparatoria Liberty High School y tomar clases de inglés en El Centro Cultural de Washington County.
La preparatoria fue un momento doloroso. Los maestros y estudiantes blancos la solían hacer sentir como una extraña.
“Existe una subcultura del latino bueno vs. el latino malo,” Luna expresa. “Los latinos buenos hablan inglés, y están más acostumbrados a la cultura, y eso crea una gran división.”
Ella recuerda que las únicas personas que la aceptaron fueron los estudiantes percibidos como “alborotadores,” y ella casi fue expulsada en diferentes ocasiones, frustrando mucho a sus padres.
Un dia en el 2008, su mamá anunció que se registraría para tomar clases en PCC. Su mamá le pidió a Luna que fuera con ella para darle apoyo, pero ella ya había planeado una sorpresa. Al llegar al colegio, su mamá aprovechó el encuentro con el primer latino y le dijo, “ayúdame a inscribir en la escuela a mi hija.”
Luna escuchó la información que recibió acerca del Oregon Leadership Institute, un programa que provee apoyo escolar a los estudiantes latinos. Intrigada, ella se inscribió — y tambien terminó los ocho niveles de clases de ESL y se unió a MEChA. Por sus grandes habilidades, fue elegida como presidenta del gobierno estudiantil, y subió a la presidencia del consejo estudiantil del distrito de PCC, y se unió al grupo Oregon Dream Activists.
En mayo del 2012, ella y otros integrantes del Oregon Dream Activist protestaron la falta de acceso a las universidades públicas y apoyo económico para los estudiantes indocumentados. Ellos planearon exponer el mito de que en Oregon no residen estudiantes indocumentados y al mismo tiempo presionar al Presidente Obama a que usara su poder ejecutivo para proveer un alivio migratorio a estudiantes indocumentados — como parte de un movimiento nacional.
El grupo se separó de los protestantes de la marcha en favor a los trabajadores, vistiendo su atuendo de graduación, caminó hacia las oficinas centrales de ICE en Portland. Desplegaron pancartas declarándose “sin papeles y sin miedo,” uniéndose así a un coro nacional.
“Nosotros nos declaramos indocumentados. Creo firmemente que es lo correcto, y alguien lo tenía que hacer. Yo nunca he sido alguien a la que la controla su miedo,” dijo Luna. “Por eso terminé siendo arrestada.”
En aquel tiempo, las pólizas federales dictaban que inmigrantes indocumentados que tuvieran contacto con la policía tendrían que ser entregados a ICE (para eventualmente ser deportados) aunque solo hubieran cometido un delito menor. Luna quería poner a prueba la póliza del condado de Multnomah, ya que el alguacil rechazaba la póliza federal y había prometido que no entregaría a los inmigrantes indocumentados con cargos menores.
Cuando la policía le dijo, después de su arresto, que solo le daría una multa, Luna se enfureció. Fue en ese momento cuando ella entendió que aun siendo una persona indocumentada, ella tenía ciertos privilegios -— como una estudiante joven, ella podía hablar el inglés.
Luna le dio a la policía una serie de nombres falsos, haciendo que los oficiales perdieran su paciencia hasta que finalmente declararon, “Vas para la cárcel.”
Ella enfrentó a la policía y a los agentes de inmigración que ya le habían dado una orden para ser procesada con ICE, haciéndoles reflexionar si ella era una prioridad para ser encarcelada o no. Dos días después, los cargos fueron descartados.
Su familia no estaba orgullosa de su arresto, pero ella sabía que su meta de traer visibilidad al tema y asegurar que las pólizas cambiarán para la gente indocumentada era más importante que su disgusto.
En junio del 2012, el Presidente Obama anunció DACA, y ella empezó a tomar clases en Portland State University, graduándose en el 2014 con su bachillerato enfocado en el sistema y justicia criminal, y en el 2019 con una maestría en terapia/consejería familiar y de parejas.
Ella ahora es la dueña de su consultorio de terapia y consejería en Tigard, donde ella trabaja dos días a la semana. Su meta es proveer sus servicios gratis o a muy bajo costo a inmigrantes indocumentados que han pasado por traumas relacionados a su estatus. Eventualmente, le gustaría fundar su propia agencia sin fines de lucro que proveerá servicios de salud mental de una manera más accesible.
Obtener sus dos diplomas de universidad fue muy doloroso, más que nada por el racismo y la discriminación que ella experimentó en la institución. Ella dice que su motivación durante este tiempo llegó cuando ella se dio cuenta de que el sistema escolar no fue diseñado para estudiantes como ella, reconociendo que ella tenía que hacer ese sacrificio para llegar a sus metas.
Ella recuerda que la mayoría de las clases de maestría se centraban en la experiencia de los estudiantes blancos, y que cuando ella expresaba sus preguntas, la miraban como poco colaborativa. Específicamente, en una de sus clases, cuando Luna dio su opinión, la profesora se refirió a la clase y dijo, “No era más fácil cuando ellos no opinaban tanto, cuando no podían expresarse?”
Parte de su motivación viene de su esperanza que otros no pasen las mismas experiencias en el sistema escolar y social. Sus propias experiencias la animan a ser abierta y valiente acerca de su estatus migratorio y la historia de su vida.
“Perder el miedo a ser deportada, de estar frente a frente con agentes de ICE, de hablar de mi estatus migratorio es lo que me hace libre,” dijo Luna. “Necesitamos reproducir nuestras historias y conocimiento vivido en cada lugar que pisamos. Es importante continuar dando acceso a recursos a los miembros de nuestra comunidad que más los necesitan, porque toda la comunidad prosperará cuando los más desafortunados prosperen.”
Ella también cree que la sociedad necesita eliminar el pensamiento polarizado entre ser “buen inmigrante” y “mal inmigrante,” especialmente entre las personas indocumentadas. Ella cree, “Debemos analizar los privilegios que tenemos como ‘buen inmigrante’ y usarlos. Los políticos y el gobierno están abiertos a apoyar a los ‘buenos’ inmigrantes, a los que van a la universidad o empiezan su propio negocio, a costa de los inmigrantes que no toman ese camino.”
“El gobierno y los políticos promueven un camino hacia la ciudadanía, solo a personas que ellos pueden usar — por ejemplo, estudiantes que ya tienen una carrera, pero no a los campesinos, a los que explotan a cambio de poca compensación. Yo quiero que traten a los conserjes, a mis papás, a los trabajadores que hacen trabajo físico, igual que yo soy tratada. Yo reconozco que soy parte de este sistema que nos divide a mis padres y a mí, que dice que yo soy mejor que mis padres,” dijo Luna. “Quiero que el gobierno nos trate a todos con dignidad y justicia,” ella dijo.
Su plan ideal en relación a la inmigración sería reestructurar nuestros paradigmas y preguntar, en primer lugar, “¿Por qué existen las fronteras?” Ella recuerda una escena de la frontera que sacudió su manera de ver las cosas.
“La primera vez que fui a San Diego y miré que el océano estaba dividido por una reja de fierro, lloré. Si por un momento nos despegamos de nuestros roles sociales y contemplamos a nuestro mundo desde otra perspectiva, nos preguntaríamos, “¿Qué demonios estamos haciendo?”
“¿Por qué tenemos fronteras?” ella pregunta. “El emigrar es una necesidad humana, por qué tenemos que tener un papel que compruebe nuestra existencia, un papel que valide nuestro valor en este lugar? No fuimos creados para coexistir de esta manera.”
This article is a translation of an article published last week, titled “Dreaming beyond borders.” It was translated by Liliana Luna.
Este artículo es una traducción de un artículo publicado la semana pasada, llamado “Soñando más allá de las fronteras.” Fue traducido por Liliana Luna.